Cada vez que ingresas a Palmasola es la primera vez, una y otra vez uno debe explicar que hace ahí, mostrar sus autorizaciones, hablar con el encargado de turno, hablar con otro encargado, explicar todo varias veces hasta que, al fin, o el capitán jefe de seguridad, o el suboficial comandante de guardia decide decir “si, pase”.
Estamos en una cárcel. Desconfiar de todo y de todos es normal. Se debe pasar por una revisión del material y un escaneo de Rayos X, por fin pasamos el PC1, puerta de control uno.
Nueve personas del equipo cargadas de cámaras, micrófonos y luces entran a Palmasola. No existe un precedente de que esto haya ocurrido alguna vez, que un grupo teatral haya logrado esto. Que además haya recibido las autorizaciones y apoyo de las autoridades de la cárcel.
Recorrimos con las cámaras, muchas veces guiados por los mismos internos, el PC4 (régimen abierto) y el PC3B (Régimen semi-abierto y tratamiento a drogodependientes) para filmar los cortometrajes que ellos crearon.
El PC4 escogió realzar aquellas cosas que son buenas, ahora. Cosas como el trabajo en las artesanías y en la cocina; el estudio, los internos que pasan clases de derecho, los que van a terminar el colegio e incluso aquellos que llevan un curso de pilotaje – claro está, un curso teórico de pilotaje; también el deporte, los interminables partidos de futbol y las exigencias de los que juegan en esos partidos. En fin, una especie de Wonder World de los privados de libertad.
El PC3 escogió “La visita es sagrada”, escogió la espera, tres historias que miran a la puerta de ingreso. El gringo que espera la visita que nunca vendrá, lo sabe, pero sigue esperando. Aquel que espera la visita que no pudo entrar, por el clima, por el tiempo, por que la policía no la dejó entrar. Y el que puede al fin ver a su visita con todo lo que esto implica: las dudas, los nervios, el tener que bañarse, todo el ritual.
La cocina, el camino, las puertas, los caballos, los perros, los gatos y los pájaros todos se hicieron imagen, una colección de fotogramas que se cuelan a esas historias creadas por los internos. Todo esto en un ambiente cordial, todo en un ambiente de domingo, un día normal.
Cada tanto, cada cierto tiempo el equipo, Jorge, Marioly, Omar, David, el otro David, Ivan, Jhonnatan y Christoph necesitaban buscarse entre el cardumen de gente, había que encontrarse. Ahí radicaba el mayor de los peligros a los que nos enfrentamos, la normalidad.
Un Cocker spaniel negro con el pelo brillante se pasea por “la plaza”, la calle de donde nacen las otras calles que unen a los pabellones del PC4. Luego un chihuahua y otro y otro perro mas, el olor a pan recién horneado, dos travestis esquivando abejas en el puesto de refrescos, el puesto de Dvd´s, los restaurantes, la zapatería, el tipo que copia llaves y la agencia de Coca Cola. Como si fuese un barrio cualquiera.
Es una cárcel, es una cárcel, nos repetíamos casi cuchicheando. ¿Esto es normal? Esta búsqueda de la “normalidad” familiarizada, de sensación de casa que es totalmente humana, claro.
En Palmasola, esta cárcel construida por los presos, también hay una construcción mas sólida que los cuartos con baño privado y aire acondicionado, que los botes de castigo: es la sensación de casa.